Los que lo conocieron de muy jovencito –¡como si ya no lo fuera!- no se sorprenden ni de su calidad ni de su proyección. Empezó jugando al fútbol sala en la escuela. Era bueno y muy “chupón”, no sabía estar quieto. Cuando se pasó al baloncesto, no tardó en despuntar, no sólo por su talento sino por su enorme desparpajo, poco común en los niños de su edad.
En los primeros campus de gran nivel a los que asistió se solía codear con jugadores mucho mayores que él y no tenía el más mínimo inconveniente en retarles en cuantas jugadas le pasaban por la imaginación.
Sabedor de la joya que atesoraba en su plantel, su club lo ha mimado siempre al máximo. Hace un par de temporadas su talento se cruzó con la osadía y visión de un gran entrenador y, unos días antes de cumplir los 15 años, debutaba en la máxima categoría del balonceto español: la Liga ACB.
Jugador de gran visión de juego, enorme rapidez –sus estadísticas de recuperaciones dan miedo-, Ricard “Ricky” Rubio ha tenido la suerte de que el entrenador que le hizo debutar en la élite se haya hecho cargo de la selección nacional de cara a los Juegos Olímpicos de Pekín. Los primeros partidos de preparación de la selección no han hecho más que confirmar que el equipo nacional tiene cubierto el puesto de base para un largo, larguísimo tiempo.
Ricky Rubio tenía ya una experiencia gloriosa a nivel internacional: en agosto de 2006 logró la victoria en el Campeonato de Europa cadete, en una épica final contra Rusia, tras dos prórrogas, una de las cuales la forzó el propio Rubio con un triple contra tablero desde la línea divisoria de los dos campos. Sus estadísticas en ese partido quedan ahí a la espera del valiente que quiera romperlas: 51 puntos, 24 rebotes, 12 asistencias y 7 recuperaciones.
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